Un artículo muy interesante de The Economist de esta semana habla de cómo se forma nuestra moralidad. Pero no desde la perspectiva filosófica o sociológica, sino desde la evolución y la biología.
Uno de los estudios que citan me llamó la atención. Científicos de la Universidad de Binghamton, en Nueva York, hicieron seguimiento permanente vía beeper de dos grupos de jóvenes -liberales y conservadores-, para estudiar su rutina y ver cómo se sentían respecto a lo que hacían.
Algunos resultados "inesperados":
"Los adolescentes liberales siempre se sienten más estresados que los conservadores, pero se estresan en especial cuando no pueden decidir por sí mismos con quien gastar su tiempo. Esta situación no altera el nivel de estrés de los conservadores".
Y otro hallazgo interesante:
"Los liberales son más solitarios, pasando un cuarto de su tiempo solos. Los conservadores pasan solos sólo un sexto de su tiempo. Esto podría relacionarse con que los liberales se aburren al mismo nivel sea que estén solos o acompañados. En cambio conservadores se aburren mucho menos estando con otros".
El artículo especula sobre qué condiciones, evolutivamente, estimularon la aparición de estos distintos "sets" valóricos.
Pero más allá de esa "arqueología de la moral", esos resultados podrían renovar la importancia de la variable valórica en otros ámbitos. Si efectivamente está vinculada al uso del tiempo y la socialización, ella podría relacionarse -o incluso explicar- diferentes conductas de consumo de medios o de otros productos.
Al menos, podría explicar por qué a veces me estreso más de la cuenta.